domingo, 27 de marzo de 2011

Alegoría de la Caverna

Transcripción del texto de Platón: "República" (Libro VII)
Versión libre a partir de la traducción de Patricio de Azcárate, Ed. Edicomunicación, 1994, págs. 247-250

- Ahora represéntate el estado de la naturaleza humana, con relación a la ciencia y a la ignorancia, según el cuadro que te voy a trazar. Imagina un antro subterráneo, que tenga en toda su longitud una abertura que dé libre paso a la luz, y en esta caverna hombres encadenados desde la infancia, de suerte que no puedan cambiar de lugar ni volver la cabeza a causa de las cadenas que les sujetan las piernas y el cuello, pudiendo solamente ver los objetos que tienen en frente. Detrás de ellos, a cierta distancia y a cierta altura, supóngase un fuego cuyo resplandor les alumbra, y un camino escarpado entre este fuego y los cautivos. Supón a lo largo de este camino un muro, semejante a los tabiques que los titiriteros ponen entre ellos y los espectadores, para ocultarles los resortes y mecanismos con que ellos manejan a sus muñecos.
- Ya me represento todo eso.
- Figúrate personas, que pasan a lo largo del muro, llevando objetos de toda clase, figuras de hombres, de animales, de madera o piedra, de modo que todo esto aparezca sobre el muro. Entre los portadores de todas estas cosas, unos se detienen a conversar y otros pasan sin decir nada.
- ¡Extraños prisioneros y cuadro singular!
- Se parecen, sin embargo, a nosotros. Por lo pronto, ¿crees que puedan ver otra cosa de sí mismos y de los que están a su lado, que las sombras que van a producirse enfrente de ellos en el fondo de la caverna?
- ¿Cómo habrían de poder ver más, si desde su nacimiento están obligados a mantener la cabeza inmóvil?
- Y respecto de los objetos que pasan detrás de ellos, ¿pueden ver otra cosa que las sombras de los mismos?
- No.
- Si pudieran conversar unos con otros, ¿no convendrían en dar a las sombreas que ven, los nombres de las cosas mismas?
- Sin duda.
- Y si en el fondo de su prisión hubiera un eco, que repitiese las palabras de los transeúntes, ¿no se imaginarían oír hablar a las sombras mismas que pasan delante de sus ojos?
- Sí.
- En fin, no creerían que pudiera existir otra realidad que estas mismas sombras.
- Sin duda.
- Mira ahora lo que naturalmente debe suceder a estos hombres, si se les libra de las cadenas y se les cura de su error. Que se libere a uno de estos cautivos, que se le fuerce de repente a levantarse, a volver la cabeza, a marchar y mirar del lado de la luz, hará todas estas cosas con un trabajo increíble; la luz le ofenderá los ojos, y el alucinamiento que habrá de causarle le impedirá distinguir los objetos, cuyas sombras veía antes. ¿Qué crees que respondería si se le dijese que hasta entonces sólo había visto fantasmas y que ahora tenía ante su vista objetos más reales y más aproximados a la verdad? Si enseguida se le muestran las cosas a medida que se vayan presentando, y a fuerza de preguntas se le obliga lo que son, ¿no se le pondrá en el mayor conflicto, y no estará él mismo persuadido de que lo que veía antes era más real que lo que ahora se le muestra?
- Sin duda.
- Y si se le obligase a mirar al fuego, ¿no sentiría molestia en los ojos? ¿No volvería la vista para mirar a las sombras, en las que se fija sin esfuerzo? ¿No creería hallar en éstas más distinción y claridad que en todo lo que ahora se le muestra?
- Seguramente.
- Si después de le saca de la caverna y se le lleva por el sendero áspero y escarpado hasta encontrar la claridad del sol, ¡qué suplico sería para él verse arrastrado de esa manera! ¡Cómo se enfurecería! Y cuando llegara a la luz del sol, deslumbrados sus ojos con tanta claridad, ¿podría ver alguno de estos numerosos objetos que llamamos seres reales?
- De momento no podría.
- Necesitaría indudablemente algún tiempo para acostumbrarse a ello. Lo que distinguiría más fácilmente sería, primero, las sombras; después las imágenes de los hombres y demás objetos reflejados sobre la superficie de las aguas; y por último, los objetos mismos. Luego dirigiría su mirada al cielo, al cual podría mirar más fácilmente durante la noche, a la luz de la luna y de las estrellas, que en pleno día a la luz del sol.
- Sin duda.
- Y al fin podría, no sólo ver la imagen del sol en las aguas y dondequiera que se refleja, sino fijarse en él y contemplarlo allí donde verdaderamente se encuentra.
- Sí.
- Después de esto, comenzando a razonar, llegaría a la conclusión que el sol es el que crea las estaciones y los años, el que gobierna todo el mundo visible, y el que es en cierta manera la causa de todo lo que se veía en la caverna.
- Es evidente que llegaría gradualmente a hacer todas estas reflexiones.
- Si bien en aquel acto recordaba su primera estancia, la idea que allí se tiene de la sabiduría y sus compañeros de esclavitud, ¿no se regocijaría de su mudanza y se compadecería de la desgracia de ellos?
- Seguramente.
- ¿Crees que envidiaría aún los honores, las alabanzas y las recompensas que allí se daban al que más pronto observaba las sombras a su paso, al que con más seguridad recordaba el orden en que marchaban yendo unas delante o detrás de las otras, o que aparecían juntas, y que en este concepto era el más hábil para adivinar su aparición o que tendría envidia a los que en esta prisión eran más poderosos y más honrados? ¿No preferiría, como Aquiles en Homero, pasar la vida al servicio de un pobre labrador y sufrir todas las penurias antes que recobrar sus primer estado y sus primeras ilusiones?
- No dudo que estaría dispuesto a sufrir cuanto se quisiera antes que vivir de esa forma.
- Presta atención a lo que te voy a decir. Si este hombre volviera de nuevo a su prisión para ocupar su antiguo puesto, en este tránsito repentino de la plena luz a la oscuridad, ¿no se encontraría como ciego?
- Sí.
- Y si cuando aún no distingue nada, antes de que pasase todo el tiempo necesario para que sus ojos recobren su antigua aptitud, tuviese precisión de discutir con los otros prisioneros sobre estas sombras, ¿no daría lugar a que éstos se rieran diciendo que por haber salido de la caverna había perdido la vista, y no añadirían además, que sería de parte de ellos una locura el querer abandonar el lugar en que estaban, y que si alguno intentara sacarlos de allí y llevarlos al exterior sería preciso apresarlo y matarlo?
- Sin duda.
- Y bien, mi querido Glaucón, ésta es precisamente la imagen de la condición humana. El antro subterráneo es este mundo visible; el fuego que la ilumina es la luz del sol; el cautivo que sube a la región superior y que la contempla es el alma que se eleva hasta la esfera inteligible. He aquí por lo menos lo que yo pienso, ya que quieres saberlo. Sabe el dios si es conforme con la verdad. En cuanto a mí, lo que me parece sobre el asunto es lo que voy a decirte. En los últimos límites del mundo inteligible está la idea del bien, que se percibe con dificultad; pero una vez percibida no se puede menos que sacar la consecuencia que ella es la causa primera de todo lo que hay de bello y de bueno en el universo; que en este mundo visible ella es la que produce la luz y el astro de donde ésta procede; que en el mundo invisible engendra la verdad y la inteligencia y, en fin, que ha de tener fijos los ojos en esta idea quien quiera conducirse sabiamente en la vida pública y en la privada.

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