Sigmund Freud
El malestar en la cultura
…aceptamos como culturales todas las actividades y los
bienes útiles para el hombre: a poner la tierra a su servicio, a protegerlo
contra la fuerza de los elementos, etc.
He aquí el aspecto de la cultura que da lugar a menos dudas.
Para no quedar cortos en la historia, consignaremos como primeros actos
culturales el empleo de herramientas, la dominación del fuego y la construcción
de habitaciones. Entre ellos, la conquista del fuego se destaca una hazaña
excepcional y sin precedentes; en cuanto a los otros, abrieron al hombre caminos
que desde entonces no dejó de recorrer y cuya elección responde a motivos
fáciles de adivinar. Con las herramientas el hombre perfecciona sus órganos
-tanto los motores como los sensoriales-o elimina las barreras que se oponen a
su acción. Las máquinas le suministran gigantescas fuerzas, que puede dirigir,
como sus músculos, en cualquier dirección; gracias al navío y al avión, ni el
agua ni el aire consiguen limitar sus movimientos. Con la lente corrige los
defectos de su cristalino y con el telescopio contempla las más remotas
lejanías; merced al microscopio supera los límites de lo visible impuestos por
la estructura de su retina. Con la cámara fotográfica ha creado un instrumento
que fija las impresiones ópticas fugaces, servicio que el fonógrafo le rinde
con las no menos fugaces impresiones auditivas, constituyendo ambos instrumentos
materializaciones de su innata facultad de recordar; es decir, de su memoria.
Con ayuda del teléfono oye a distancia que aun el cuento de hadas respetaría
como inalcanzables.
La escritura es, originalmente, el lenguaje del ausente; la
vivienda, un sucedáneo del vientre materno, primera morada cuya nostalgia quizá
aún persista en nosotros, donde estábamos tan seguros y nos sentíamos tan a
gusto.
Diríase que es un cuento de hadas esta realización de todos
o casi todos sus deseos fabulosos, lograda por el hombre con su ciencia y su
técnica, en esta tierra que lo vio aparecer por vez primera como débil animal y
a la que cada nuevo individuo de su especie vuelve a ingresar -oh inch of
nature!- como lactante inerme. Todos estos bienes el hombre puede considerarlos
como conquistas de la cultura. Desde hace mucho tiempo se había forjado un ideal
de omnipotencia y omnisapiencia que encarnó en sus dioses, atribuyéndoles
cuanto parecía inaccesible a sus deseos o le estaba vedado, de modo que bien
podemos considerar a estos dioses como ideales de la cultura. Ahora que se
encuentra muy cerca de alcanzar este ideal casi ha llegado a convertirse él
mismo en un dios, aunque por cierto sólo en la medida en que el común juicio
humano estima factible un ideal: nunca por completo; en unas cosas, para nada; en
otras, sólo a medias. El hombre ha llegado a ser por así decirlo, un dios con
prótesis: bastante magnífico cuando se coloca todos sus artefactos; pero éstos
no crecen de su cuerpo y a veces aun le procuran muchos sinsabores. Por otra
parte, tiene derecho a consolarse con la reflexión de que este desarrollo no se
detendrá precisamente en el año de gracia de 1930. Tiempos futuros traerán
nuevos y quizá inconcebibles progresos en este terreno de la cultura, exaltando
aún más la deificación del hombre. Pero no olvidemos, en interés de nuestro
estudio, que tampoco el hombre de hoy se siente feliz en su semejanza con Dios.
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A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido
por la circunstancia de si –y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará
hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de
agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca
nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo
en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse
mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su
presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que
la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas
para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Más, ¿quién podría
augurar el desenlace final?
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